Presencia de la caridad

Trabajen los cristianos y colaboren con los demás
hombres en la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales.
Entréguense con especial cuidado a la educación de los niños y de los
adolescentes por medio de las escuelas de todo género, que hay que considerar
no sólo como medio excelente para formar y atender a la juventud cristiana,
sino como servicio de gran valor a los hombres, sobre todo de las naciones en
vías de desarrollo, para elevar la dignidad humana y para preparar unas condiciones
de vida más favorables. Tomen parte, además, los fieles cristianos en los
esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando con el hambre, la ignorancia y las
enfermedades, se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de vida y en
afirmar la paz en el mundo. Gusten los fieles de cooperar prudentemente a este
respecto con los trabajos emprendidos por instituciones privadas y públicas,
por los gobiernos, por los organismos internacionales, por diversas comunidades
cristianas y por las religiones no cristianas.
La Iglesia, con todo, no pretende mezclarse de ninguna
forma en el régimen de la comunidad terrena. No reivindica para sí otra
autoridad que la de servir, con el favor de Dios, a los hombres con amor y
fidelidad.
Los discípulos de Cristo, unidos íntimamente en su vida y en su trabajo
con los hombres, esperan poder ofrecerles el verdadero testimonio de Cristo, y
trabajar por su salvación, incluso donde no pueden anunciar a Cristo
plenamente. Porque no buscan el progreso y la prosperidad meramente material de
los hombres, sino que promueven su dignidad y unión fraterna, enseñando las
verdades religiosas y morales, que Cristo esclareció con su luz, y con ello
preparan gradualmente un acceso más amplio hacia Dios. Con esto se ayuda a los
hombres en la consecución de la salvación por el amor a Dios y al prójimo y
empieza a esclarecerse el misterio de Cristo, en quien apareció el hombre
nuevo, creado según Dios (Cf. Ef.,4,24), y en quien se revela el amor divino.
0 comentarios:
Publicar un comentario