Llegar a Cotonou es toda una aventura. Los 530 kilómetros que
separan la Misión
de la ciudad más importante del país nos han llevado prácticamente todo el día:
de siete de la mañana a siete de la tarde, con alguna parada ‘obligada’ y otras
motivadas por la amistad y el reconocimiento como las que hemos hecho a unas
religiosas cuya Congregación trabajó en Fô-Bouré durante los primeros años de
nuestra estancia, y la visita a monseñor Nestor Assogbá, nuestro ‘padre obispo’
de los comienzos.
Hablar del estado de las carreteras daría para un buen rato
de conversación; solamente señalo que dan la oportunidad de mantener largas
conversaciones y divertidos comentarios: 12 horas traqueteando dan mucho de sí.
Estar en Benin y no haber ido a Ouidah hubiera sido una pena.
Así que quisimos ahorrarnos penas y el último día lo dedicamos a acercarnos a
esta importante ciudad beninesa. A 42 kilómetros al
oeste de Cotonou, mirando al océano Atlántico, la historia ha marcado este
trozo de litoral: entre los siglos XVI y XIX, éste fue un punto importante de salida de
esclavos hacia América. Lo explica muy bien un monumento erigido en su memoria:
la Puerta del
No Retorno. Monumento duro y reflejo de las ambiciones y codicias humanas.
Y a unos 100
metros de él, la llamada Puerta de la Evangelización : el
año 1861 ponían sus pies en la playa los primeros misioneros pertenecientes a la Sociedad de Misiones
Africanas. Los padres Francisco Fernández, español, y el italiano Francesco
Borghero iniciaban así el camino de la Evangelización de
este país que 150 años después tiene una Iglesia local bien asentada con
comunidades vivas.
Hemos celebrado los 25 años de presencia misionera en
Fô-Bouré-Benin. La incorporación de nuevos sacerdotes al equipo nos ayudará a
seguir cooperando con una Iglesia joven que quiere seguir viviendo el Evangelio
recibido.
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