24 de octubre de 2016

Enviado al periódico La Rioja con motivo de la Jornada del Domund 2016

Escrito por Jesús María Peña Peñacoba. Delegado  de Misiones de la Diócesis


                                                                          Treinta y ocho años después de haber salido de mi tierra, todavía siento el hormigueo del primer aterrizaje en Bujumbura, capital de Burundi. La misma sensación volvió a repetirse muchas veces en Cotonou (Benin) y Quito (Ecuador). No eran salidas forzosas, motivadas por la violencia o el hambre, como la de los refugiados e inmigrantes. Ni una salida para hacer un viaje, o realizar un máster, o en busca de trabajo,  sino una salida libre, muy pensada, después de recibir  una llamada a la que es imposible renunciar y difícil de explicar.

Salir de tu casa no es solamente pasar fronteras; es encuentro con personas diferentes, que viven en otras culturas que hay que adoptar y vivir casi como si fuesen las tuyas. Es dejar prejuicios, abrir bien los ojos, escuchar sin cansancio, admirar y amar. El aprendizaje dura mucho tiempo, mejor, nunca termina.
No conocía la lengua ni las costumbres de los barundi, cuando al poco tiempo de llegar al hermoso y violento Burundi tuve que hacer un servicio de salida. Confieso que aquellos dos días vividos fuera de casa, entre gentes que me hablaban y no encontraban respuesta, me marcaron. Volví a repetir las salidas una y otra vez, y aprendí que yo no era más que un intermediario al servicio de Dios que, a través de mi persona, hacía maravillas.
Viví dieciséis intensos años en Burundi y Benin como discípulo misionero. Ser misionero, dice un veterano, no es sólo un privilegio de unos pocos, de los que consagran sus vidas y habiéndolo abandonado todo se van a anunciar el Evangelio. Por el solo hecho de ser discípulos de Jesús, llevamos integrado el mandato misionero evangélico que nos mueve a salir de nuestras casas, de los espacios protegidos y del entorno natural en que nos desarrollamos. Nos impulsa a ir al encuentro de otras personas que viven de otra manera y que, quizás, no piensan igual que nosotros. Esta actitud no es más que un preludio de apertura y acogida para que, poco a poco, nos acerquemos al mundo de los más necesitados, de los extranjeros, de los ninguneados por nuestra sociedad. Porque lo evangélicamente cierto es que el Reino de Dios es suyo antes que nuestro”.
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