Actividad misionera
6. Este
deber que tiene que cumplir el Orden de los Obispos, presidido por el sucesor
de Pedro, con la oración y cooperación de toda la Iglesia, es único e idéntico
en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del mismo modo
según las circunstancias. Por consiguiente, las diferencias que hay que
reconocer en esta actividad de la Iglesia no proceden de la naturaleza misma de
la misión, sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce.
Estas
condiciones dependen, a veces, de la Iglesia, y a veces también, de los
pueblos, de los grupos o de los hombres a los que la misión se dirige. Pues,
aunque la Iglesia contenga en sí la totalidad o la plenitud de los medios de
salvación, ni siempre ni en un momento obra ni puede obrar con todos sus
recursos, sino que, partiendo de modestos comienzos, avanza gradualmente en su
esforzada actividad por realizar el designio de Dios; más aún, en ocasiones,
después de haber incoado felizmente el avance, se ve obligada a deplorar de
nuevo un regreso, o a lo menos se detiene en un estado de semiplenitud y de
insuficiencia. Pero en cuanto se refiere a los hombres, a los grupos y a los
pueblos, tan sólo gradualmente, establece contacto y se adentra en ellos, y de
esta forma los trae a la plenitud católica.
Pero a
cualquier condición o situación deben corresponder acciones propias y medios
adecuados. Las empresas peculiares con que los heraldos del Evangelio, enviados
por la Iglesia, yendo a todo el mundo, realizan el encargo de predicar el
Evangelio y de implantar la Iglesia misma entre los pueblos o grupos que
todavía no creen en Cristo, comúnmente se llaman "misiones", que se
llevan a cabo por la actividad misional, y se desarrollan, de ordinario, en
ciertos territorios reconocidos por la Santa Sede.
El fin propio
de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la Iglesia en
los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado. De suerte que de la semilla
de la palabra de Dios crezcan las Iglesias autóctonas particulares en todo el
mundo suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez,
las cuales, provistas convenientemente de su propia Jerarquía unida al pueblo
fiel y de medios connaturales al plano desarrollo de la vida cristiana, aportes
su cooperación al bien de toda la Iglesia.
El medio
principal de esta implantación es la predicación del Evangelio de Jesucristo,
para cuyo anuncio envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo, para que los
hombres regenerados se agreguen por el Bautismo a la Iglesia que como Cuerpo del
Verbo Encarnado se nutre y vive de la palabra de Dios y del pan
eucarístico.
Es esta
actividad misional de la Iglesia se entrecruzan, a veces, diversas condiciones:
en primer lugar de comienzo y de plantación, y luego de novedad o de juventud.
La acción misional de la Iglesia no cesa después de llenar esas etapas, sino
que, constituidas ya las Iglesias particulares, pesa sobre ellas el deber de
continuar y de predicar el Evangelio a cuantos permanecen fuera.
Además, los
grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por varias
causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces
la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su actividad
misional. Además en ocasiones, se dan tales circunstancias que no permiten, por
algún tiempo, proponer directa e inmediatamente el mensaje del Evangelio;
entonces las misiones pueden y deben dar testimonio al menos de la caridad y
bondad de Cristo con paciencia, prudencia y mucha confianza, preparando así los
caminos del Señor y hacerlo presente de algún modo.
Así es
manifiesto que la actividad misional fluye íntimamente de la naturaleza misma
de la Iglesia, cuya fe salvífica propaga, cuya unidad católica realiza
dilatándola, sobre cuya apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial de
Jerarquía ejercita, cuya santidad testifica, difunde y promueve.
Por ello la
actividad misional entre las gentes se diferencia tanto de la actividad
pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los medios que hay
que usar para conseguir la unidad de los cristianos. Ambas actividades, sin
embargo, están muy estrechamente relacionadas con la acción misional de la
Iglesia. Pero la división de los cristianos perjudica a la santa causa de la
predicación del Evangelio a toda criatura, y cierra a muchos la puerta de la
fe. Por lo cual la causa de la actividad misional y la del restablecimiento de
la unidad de los cristianos están estrechamente unidas: la necesidad de la
misión exige a todos los bautizados reunirse en una sola grey, para poder dar,
de esta forma, testimonio unánime de Cristo, su Señor, delante de todas las
gentes. Pero si todavía no pudieron dar plenamente testimonio de una sola fe,
es necesario, por lo menos, que se vean animados de mutuo aprecio y caridad.
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