Es tan evidente como lo expresa el cartel de este año:
hay fruto gracias a la semilla plantada que, escondida, lo hace brotar. La vida
está ahí, solo hace falta favorecer su nacimiento y, en silencio, poner a su
disposición lo necesario para su crecimiento.
Ocurre lo mismo con las Vocaciones Nativas: tienen que despuntar. Están ahí, esperando que
nosotros aportemos lo que necesitan para crecer y no tienen. A nosotros no es
que nos sobre, pero sí que podemos responder a su mirada seria y serena.
Mirad bien
la imagen, “algo nuevo está brotando, ¿no
lo notáis? … caminos en el desierto y ríos en el páramo”. (cfr. Isaías
43,19).
El Concilio
Vaticano II reconoció que la Iglesia crece con mayor fuerza cuando de sus
diferentes comunidades surgen miembros
que consagran la vida al servicio de sus hermanos (cfr. Ad Gentes 16). Una de
las tareas de evangelización propias del misionero es sembrar la semilla de la
vocación en las comunidades a las que ha sido enviado. Aunque los frutos no son
inmediatos – tampoco el misionero debiera esperarlos – el Espíritu va
realizando en silencio su obra haciendo brotar el tallo de la semilla abierta a
la vida.
Seguro que la imagen sugiere otras muchas cosas. Lo
que quiero transmitir es que merece la pena que entre todos hagamos crecer las
miles de vocaciones que surgen cada año en África, América, Asia, Europa y
Oceanía. Necesitan una buena formación que, desde aquí, les podemos dar.
¿Medios? Nuestra ayuda económica. El año pasado aportamos desde La Rioja 59.570,69 €, una buena cantidad que
podemos, al menos, repetir este año. Estas Vocaciones que surgen en las
Iglesias particulares sin medios materiales, son la Esperanza de la Iglesia. Un
curso académico de un seminarista o novicio/a cuesta solamente 350 €; imposible
que ellos puedan pagarlo pero posible para nosotros.
Tenemos un reto hermoso ante nosotros: dar cauce a la
explosión de amor a la Iglesia que se vive en las jóvenes comunidades.
Fraternalmente
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