El
pasado día 23 fue beatificado en San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Nació en Ciudad Barrios el 15 de agosto de 1917, y murió mártir en San Salvador el 24 de marzo de
1980.
Pocos días antes de su asesinato pronunció estas palabras:
He estado amenazado de muerte frecuentemente.
He de decirles que como cristiano no creo en la
muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño.
Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a
dar la vida por aquellos a quienes amo, que son todos los
salvadoreños, incluso por aquellos que vayan a asesinarme.
Si llegasen a cumplirse las amenazas, desde ahora
ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador.
El martirio es una gracia de Dios, que no creo
merecerlo.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea para la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en
el futuro.
Si llegan a matarme, perdono y bendigo a aquellos que lo hagan. De esta manera se
convencerán que pierden su tiempo.
Con
motivo de su beatificación, a los 35 años de su martirio, quiero
recordar la entrega de monseñor Romero al servicio de su pueblo salvadoreño
desde su ministerio episcopal en San Salvador. He recibido el testimonio de Teodoro
Baztán, padre agustino recoleto, que reproduzco íntegramente, ya que yo no
sería capaz de expresar mejor lo que experimentó al estar con él.
Artículo envíado por Jesús María Peña Peñacoba al Diario La Rioja
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