ART. 1. EL TESTIMONIO CRISTIANO
Testimonio y diálogo
11. Es necesario que la Iglesia esté presente en estos
grupos humanos por medio de sus hijos, que viven entre ellos o que a ellos son
enviados. Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están
obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra
el nombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu
Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que,
todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y
perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vid y el vínculo universal de
la unión de los hombres.
Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este
testimonio de Cristo, reúnanse con aquellos hombres por el aprecio y la
caridad, reconózcanse como miembros del grupo humano en que viven, y tomen
parte en la vida cultural y social por las diversas relaciones y negocios de la
vida humana; estén familiarizados con sus tradiciones nacionales y religiosas,
descubran con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellas laten;
pero atiendan, al propio tiempo, a la profunda transformación que se realiza
entre las gentes y trabajen para que los hombres de nuestro tiempo, demasiado
entregados a la ciencia y a la tecnología del mundo moderno, no se alejen de
las cosas divinas, más todavía, para que despierten a un deseo más vehemente de
la verdad y de la caridad revelada por Dios.
Como el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y
los ha conducido con un coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus
discípulos, inundados profundamente por el espíritu de Cristo, deben conocer a
los hombres entre los que viven, y tratar con ellos, para advertir en diálogo
sincero y paciente las riquezas que Dios generoso ha distribuido a las gentes;
y, al mismo tiempo, esfuércense en examinar sus riquezas con la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios
Salvador.
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