Presencia de la caridad
12. La presencia de los fieles cristianos en los
grupos humanos ha de estar animada por la caridad con que Dios nos amó, que
quiere que también nosotros nos amemos unos a otros. En efecto, la caridad
cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición social o
religión; no espera lucro o agradecimiento alguno; pues como Dios nos amó con
amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo,
amándolo con el mismo sentimiento con que Dios lo buscó. Pues como Cristo
recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y enfermedades, en
prueba de la llegada del Reino de Dios, así la Iglesia se une, por medio de sus
hijos, a los hombres de cualquier condición, pero especialmente con los pobres
y los afligidos, ya ellos se consagra gozosa. Participa en sus gozos y en sus
dolores, conoce los anhelos y los enigmas de la vida, y sufre con ellos en las
angustias de la muerte. A los que buscan la paz desea responderles en diálogo
fraterno ofreciéndoles la paz y la luz que brotan del Evangelio.
Trabajen los cristianos y colaboren con los demás
hombres en la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales.
Entréguense con especial cuidado a la educación de los niños y de los
adolescentes por medio de las escuelas de todo género, que hay que considerar
no sólo como medio excelente para formar y atender a la juventud cristiana,
sino como servicio de gran valor a los hombres, sobre todo de las naciones en
vías de desarrollo, para elevar la dignidad humana y para preparar unas condiciones
de vida más favorables. Tomen parte, además, los fieles cristianos en los
esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando con el hambre, la ignorancia y las
enfermedades, se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de vida y en
afirmar la paz en el mundo. Gusten los fieles de cooperar prudentemente a este
respecto con los trabajos emprendidos por instituciones privadas y públicas,
por los gobiernos, por los organismos internacionales, por diversas comunidades
cristianas y por las religiones no cristianas.
La Iglesia, con todo, no pretende mezclarse de ninguna
forma en el régimen de la comunidad terrena. No reivindica para sí otra
autoridad que la de servir, con el favor de Dios, a los hombres con amor y
fidelidad.
Los discípulos de Cristo, unidos íntimamente en su vida y en su trabajo
con los hombres, esperan poder ofrecerles el verdadero testimonio de Cristo, y
trabajar por su salvación, incluso donde no pueden anunciar a Cristo
plenamente. Porque no buscan el progreso y la prosperidad meramente material de
los hombres, sino que promueven su dignidad y unión fraterna, enseñando las
verdades religiosas y morales, que Cristo esclareció con su luz, y con ello
preparan gradualmente un acceso más amplio hacia Dios. Con esto se ayuda a los
hombres en la consecución de la salvación por el amor a Dios y al prójimo y
empieza a esclarecerse el misterio de Cristo, en quien apareció el hombre
nuevo, creado según Dios (Cf. Ef.,4,24), y en quien se revela el amor divino.
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