Treinta y ocho años después de haber
salido de mi tierra, todavía siento el hormigueo del primer aterrizaje en
Bujumbura, capital de Burundi. La misma sensación volvió a repetirse muchas
veces en Cotonou (Benin) y Quito (Ecuador). No eran salidas forzosas, motivadas
por la violencia o el hambre, como la de los refugiados e inmigrantes. Ni una
salida para hacer un viaje, o realizar un máster, o en busca de trabajo, sino una salida libre, muy pensada, después de
recibir una llamada a la que es
imposible renunciar y difícil de explicar.
Salir de tu casa no es solamente pasar
fronteras; es encuentro con personas diferentes, que viven en otras culturas
que hay que adoptar y vivir casi como si fuesen las tuyas. Es dejar prejuicios,
abrir bien los ojos, escuchar sin cansancio, admirar y amar. El aprendizaje
dura mucho tiempo, mejor, nunca termina.
No conocía la lengua ni las costumbres
de los barundi, cuando al poco tiempo de llegar al hermoso y violento Burundi tuve
que hacer un servicio de salida. Confieso que aquellos dos días vividos fuera
de casa, entre gentes que me hablaban y no encontraban respuesta, me marcaron.
Volví a repetir las salidas una y otra vez, y aprendí que yo no era más que un
intermediario al servicio de Dios que, a través de mi persona, hacía
maravillas.
Viví dieciséis intensos años en Burundi y Benin como discípulo
misionero. “Ser misionero, dice un veterano, no es sólo un privilegio de unos pocos, de los
que consagran sus vidas y
habiéndolo abandonado todo se van
a anunciar el Evangelio. Por el solo hecho de ser discípulos de Jesús, llevamos integrado el mandato misionero evangélico que
nos mueve a salir de nuestras casas, de los espacios protegidos y del entorno
natural en que nos desarrollamos. Nos
impulsa a ir al encuentro de otras personas que
viven de otra manera y que, quizás, no piensan igual que nosotros. Esta actitud
no es más que un preludio de apertura y acogida para que, poco a poco, nos
acerquemos al mundo de los más necesitados, de los extranjeros, de los
ninguneados por nuestra sociedad. Porque lo evangélicamente cierto es que el
Reino de Dios es suyo antes que nuestro”.
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